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jueves, enero 05, 2017

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS de FERNANDO VALLEJO


















LA VIRGEN DE LOS SICARIOS de FERNANDO VALLEJO
Suma de letras. 174 pág.




Dicen que oler el aroma de una piel de naranja ayuda a paliar el estrés. No sé si es cierto, pero lo más probable es que si lo hiciera terminaría arrojando la piel, los huesos, los gajos y hasta la sangre de la naranja sanguina -que esa tenía que ser- por la ventana; y, quizá, apuntaría, la naranja entera, gorda y pesada - llena de ese jugo rojo sangre-, a la cabeza de los que me lo han provocado: jóvenes borrachos gritando de madrugada, viejas criticando al lado de tu oído, padres con el cerebro degradado por los polvos talco, madres con sobreabundancia de servilismo hacia sus hijos, carteros con poca gracia, médicos aburridos, salvadores de nada, pálidos jinetes, vendedores de tabaco sin tabaco, grafiteros con poco arte... Y yo que me dejo influir...arrancándome mechones del escaso pelo, y me muerdo los labios y se me caen los dientes, y me reduzco y pierdo tamaño, y cazo moscas con bombas de mano y hormigas con bazookas, y me resbalo en una gota de cerveza y sobrevivo, apenas, en junglas de asfalto sin un John Houston que me dirija ni una Marilyn Monroe que me ayude a escapar. Así que me sorprendo mirando con curiosidad malsana y cierto apego insalubre, a Fernando Vallejo, y su otro yo, Fernando, personaje y protagonista de la novela, que destruyen, roen cimientos, reptan, despedazan, rompen o eliminan, todo aquello que odian o les molesta, -más allá del estrés- o les molestaba, de aquella Colombia y de aquel Medellín de los años de Pablo (Escobar) de los años 80 y 90 del siglo XX. Y Vallejo enfoca el haz de luz, y apunta la afilada y ácida pluma a presidentes, cardenales, a alcaldes, a cantantes, a la izquierda, a los conservadores, a los habitantes a los que no habitan a los que podían habitar a los que alguna vez cruzaron por allí; un lluvia ácida, un invierno nuclear de letras negras, una sacudida telúrica de crítica y de feroz ensañamiento cae sobre ellos desde el infierno.


Fernando, un especialista en lengua y lenguaje, llega a Medellín después de pasar toda su vida en Europa, allí se encuentra con una ciudad diezmada, una sociedad agrietada y con los restos de lo que fueron los grupos de sicarios que, promovidos por los narcotraficantes, ejecutaron a amigos y enemigos, a inocentes que cruzaban por su camino y a culpables que no lo hicieron, que acabaron con familias y, al final con ellos mismos. Ellos y los otros sicarios resumieron su vida en un final circular en el que los que mataban terminaban muertos por otros que mataban por encargo, que a su vez... Fernando llega a esa Medellín, donde conocerá en los más altos bajos fondos a Alexis, joven sicario -como todos- que acogerá en su casa como amigo y como amante. Su amor será pasional, será casi de maestro a maestro: de maestro de la muerte a maestro de la vida Su existencia y su conviencia en Medellín será una orgía de sangre, en la que Alexis mostrará su amor por Fernado tomando en serio su crítica a la mala forma de vida de las personas con las que se cruza: con los maleducados, con los molestos, con los asesinos, con los pesados, con los no cumplidores, con los que no saben realizar su deber; de modo que se convierte en “Un Ángel Exterminador” que acaba con todo lo que le molesta a su compañero -su amor-, ayudado por su destreza y por la impunidad de los asesinatos entonces y allí. De modo que los muertos se amontonan reflejo del amor y el respeto, provocando un socavón de muerte, una caída de cielos e infiernos, un destrozo vital. La sangre tapa los calles sucias, las balas se mueven más rápido que los que huyen, los infiernos se llena de palabras soeces a medio decir, y de malas miradas a medido terminar; de gestos molestos a punto de volver a ser hechos, de gente sin respeto a punto de intentarlo...

Y mientras tanto, en la Iglesia de María Auxiliadora, Virgen a la que los pequeños y grandes sicarios van a pedir por ellos y por sus víctimas, se va llenando de oraciones colgadas en medio de una frase que se ha perdido entre balas; cada vez quedan menos sicarios; la esfera de la muerte rueda como una bola, arriba y abajo de las “comunas” que dominan la ciudad, suben y bajan de uno a otro barrio, destrozando lo que debajo queda. Y la Virgen de los sicarios, parece quedar perdida entre todo aquel ruido de oraciones susurradas, de promesas, supersticiones y miradas caídas. Medellín caía entre rezos y balas.


Fernando no hace un libro cualquiera, en su guerra literaria no hace prisioneros, no tiene amigos, no parece echarse atrás. Da nombres, dice lo que opina de ellos, acusa y señala. Nadie queda incolumne entre sus páginas, cortas pero fecundas en letras. El horror de lo que cuenta, la vuelta de tuerca que va cerrando todo hasta estrangularte con visiones de de sangre y muerte...Y a veces, paradójicamente, son tan exageradas en su descripción, tan directas en su ejecución, tan raramente lógicas en el planteamiento que de ellas hace el personaje de Fernando, que aparece una especie de “síndrome de Estocolmo literario”, en los que pudieras pensar que el humor puede ser tan negro como una noche oscura en la puerta cerrada del infierno esperando a que te abran, esperando a que exploten todos los fuegos de los condenados, de los muertos sin perdón.


Wineruda

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